El jardín de las emociones

Saludos queridos lectores, desde donde sea que me lean, les deseo un feliz y hermoso día.

Esperé hasta hoy para poder definir que era lo que quería compartir, ya que actualmente me están pasando demasiadas cosas importantes y no sabia cual linea de todas estas tocar. Sin embargo descubrí algo hermoso estos días, en soledad, que me hizo pensar en la belleza de algunas cosas que jamas había notado.

Una vida sin limites, en teoría parece una vida genial, una vida extrema y otras cosas que podría adjudicar a esto, pero a mi parecer una vida en la que no establecemos limites, es una vida sin sentido y desgastante.

Muchas veces pensamos que los limites solo se deben estableces con las personas que nos hacen daño o con aquellas que nos roban la energía, pero los limites también deben establecerse para nosotros mismos y con esto no me refiero a cohibirme de sentir o hacer aquello que me gusta, sino saber hasta que punto esas cosas me convienen y me benefician.

Limites a las emociones, limites a los deseos, limites a los pensamientos negativos y sobre todo limites a las palabras. Algunos de nosotros estamos en una edad donde realmente ya no nos importa lo que las demás personas piensen y podemos hacer y ser quienes queramos, podemos darnos el lujo de dejar de hablar con personas que solo traen caos a nuestra vida y aceptar a aquellos caos que amamos.

Pero lo cierto es que nuestro objetivo principal debería ser nuestra paz mental, como nos sentimos con nuestro entorno y con las cosas que hacemos, importa y mucho, si algo no me genera paz, alguna acción, algún sentimiento o emoción lo mejor es observarlo y ver de que forma puedo transformarlo en algo que me beneficie. OJO que no dije CAMBIARLO, eso es ser agresivos con nosotros mismos y solo nos llevaría a la frustración, me refiero a transformar una situación y canalizar lo que siento de forma asertiva.

Me gustaría ilustrar mi punto con una breve historia.

Había una vez un vasto campo lleno de pastizales dorados que se extendían tan lejos como el ojo podía ver. En este campo, cada emoción y acción tenía su propio espacio designado. Los pastizales de alegría eran amplios y brillantes, mientras que los de tristeza eran más sombríos pero necesarios. Había pastizales para la ira, la calma, la ansiedad y la esperanza, cada uno con su propósito en la vida de las personas que caminaban por estos campos.

En el centro de este campo había un jardín precioso. Este jardín representaba el yo interior de cada persona y su paz emocional. Las flores en este jardín eran el reflejo de la serenidad y la felicidad que una persona podía experimentar.

A medida que las personas iban por la vida, a menudo caminaban por los pastizales de sus emociones. A veces, se perdían en el pastizal de la ira y se encontraban enojadas sin razón aparente. En otras ocasiones, se dejaban llevar por el pastizal de la ansiedad y se preocupaban en exceso por el futuro. Sin embargo, siempre podían encontrar su camino de regreso al jardín central.

Comprendieron que, si bien los pastizales eran necesarios y parte de su experiencia humana, no debían permitir que se apoderaran de su jardín. Aprendieron a establecer límites. Podían visitar el pastizal de la tristeza cuando lo necesitaban, pero no permitirían que la tristeza inundara su jardín. Del mismo modo, podían disfrutar del pastizal de la alegría, pero no permitirían que la euforia los hiciera perder el equilibrio.

Al poner límites a sus emociones y acciones, protegieron su paz emocional y cultivaron un jardín interior floreciente. Comprendieron que ser dueños de su propio espacio emocional les permitía vivir en armonía consigo mismos y con los demás. Así, aprendieron a navegar por los pastizales de la vida sin perder su paz interior, sabiendo que, en última instancia, eran los guardianes de su propio jardín emocional.

Si llegaste hasta el final, te lo agradezco mucho y espero que puedas apoyarme compartiendo esto con alguien que creas que lo necesite. Te deseo una hermosa semana y una vida exitosa.

Nos leemos pronto.